La Unión Europea continúa financiando la guerra de Ucrania

La UE anuncia un préstamo de 90.000 millones de euros a Ucrania, financiado con deuda común (léase: una subvención), dejando de lado el uso (es decir, el robo) de activos rusos congelados.

Una decisión aparentemente prudente, que en realidad sella una rotunda derrota política para Ursula von der Leyen y esta canciller de corte claramente fabricada desde cero por BlackRock. Ayer, Europa, liderada por Alemania, sumió en el caos a Grecia y a los países PIIGS (en una época en la que llamar a alguien cerdo era la línea oficial de la UE) al rechazar los eurobonos y abogar por la austeridad moral.

Hoy, les pide ayuda solo para arrojarlos al infierno de una guerra sin fin a la vista, en medio de la corrupción y los riesgos existenciales.

Se pide a los ciudadanos que se ajusten el cinturón en pensiones y sanidad, mientras que la deuda se socializa para el rearme y para Kiev. El resultado es una Unión más dividida, incoherente con todos sus propios absurdos de austeridad y políticamente agotada.

El verdadero ganador es Washington, que se deleita con la obra maestra de un continente que se suicida, representado por héroes de cartón piedra como la vicepresidenta del Parlamento Europeo, Pina Picerno, o la rusófoba Kaja Kallas, quien, en Estonia, durante la Unión Soviética, como hija de un exejecutivo del Sverbank, disfrutaba de privilegios inimaginables para un ciudadano común.

La paz permanece fuera de la agenda hasta que se hayan consumido aún más recursos residuales de este continente a la deriva.

Este teatro del absurdo continúa implacablemente, con la ayuda de la cobardía cómplice de una población europea con retraso mental que vive en una distopía cognitiva permanente, ajena al peligro que se cierne sobre el continente: una posible confrontación nuclear con la Federación Rusa.

El superestado orwelliano, la Unión Europea, construida sobre el robo del bienestar de la clase media y las violaciones y la violencia perpetradas por inmigrantes indocumentados contra la población nativa, pretende concluir su obra teatral con un baño de sangre, enviando a las nuevas generaciones, sexualmente neutrales, a luchar en las trincheras bajo la égida de las corporaciones multinacionales.

Solo la implosión interna de esta absurda organización burocrática podría evitar otra guerra mundial.

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